Por: Hernando de Soto

El presidente Barack Obama acaba de lanzar su plan de rescate económico y Timothy Geithner, su secretario del Tesoro, ha presentado los detalles. Este no había terminado de hablar y ya se podía oír el desencanto de Wall Street. La crítica principal: faltan detalles. Pero más importante es lo que se le escapó a Wall Street… Finalmente, la Casa Blanca ha centrado la atención de los EE.UU. en lo que considero la causa primera de la crisis económica en curso: trillones de dólares en documentos financieros envilecidos, llamados papeles tóxicos, en los balances de las instituciones hoy espantan a acreedores e inversionistas potenciales impedidos de comprender el contenido de todos esos papeles, cuántos hay, quiénes los tienen y cuán riesgosos son. Obama parece estar empezando a vislumbrar cuál es el verdadero enemigo: el envilecimiento de los documentos financieros legales creados para representar y transferir valor, y evaluar riesgo.

Miren en derredor: todas sus propiedades de valor —los títulos de su casa y de su automóvil, su hipoteca, su cuenta bancaria, sus contratos, patentes, las deudas de otros, incluidos los instrumentos financieros apoyados en la propiedad sobre activos (derivados)— están documentadas sobre papel. Usted puede poseer, transferir, evaluar y certificar el valor de tales activos solo mediante documentos legalmente autentificados por un sistema global de reglas, procedimientos y estándares. Para que la relación entre esos documentos y cada uno de los activos independientes que ellos representan nunca sea envilecida existe un formidable sistema de derechos de propiedad legal. Este sistema es global —insisto— y produce la confianza gracias a la cual el crédito y el capital fluyen y los mercados funcionan.

Es mediante el derecho y el papel legal en el cual este se materializa que nos interconectamos y conocemos la economía global. Es imposible hacer negocios importantes en el plano nacional —no se diga ya en un mercado globalizado— sin documentación legal confiable. Pero esta red mundial de confianza se está desplomando. En los últimos años los gobiernos han envilecido ese papel legal al permitir que ingrese al mercado un descontrolado tsunami de instrumentos financieros derivados de hipotecas (tóxicas unas, saludables otras) cuyo valor nominal es de unos US$600 trillones o más, el triple que todo el resto del papel legal en el mundo, sea este representado en efectivo, activos financieros tradicionales, o propiedad, tangible o intangible.

La asombrosa cantidad de estos instrumentos financieros derivados y el que estén tan enredados y mal registrados dificultan determinar cuántos hay, qué valen, o quiénes los tienen. Dado que el volumen de estos derivados empequeñece el de todos los demás papeles, el caos resultante está socavando también uno de los mayores logros de la ley de propiedad: el poder de identificar y aislar con precisión cada activo y cada interés particular de ese activo. Es así que un mero siete por ciento de incumplimiento en hipotecas de alto riesgo o sub prime que fueron financiadas o aseguradas con instrumentos derivados —quizás apenas unos cuantos cientos de billones de dólares de papel tóxico— está envileciendo el resto de los instrumentos financieros y contaminando la economía entera, como una epidemia. Como esta toxicidad del papel se refiere al crédito y al capital, y no solo a una burbuja inmobiliaria, afecta toda la actividad económica; la pérdida de confianza no perdona a nadie y se expande en todas las direcciones y más allá de sectores económicos específicos por todo el hemisferio norte y hacia los mercados emergentes. Nos encontramos, pues, frente a lo que podría ser la peor recesión de la historia contemporánea.

A las autoridades europeas y de EE.UU. les resulta difícil creer que la causa fundamental de una recesión pueda ser un sistema legal pobremente papelizado. Pero en los mercados emergentes, como este, la relación entre la prosperidad y el orden legal es bastante obvia. La mayoría de nuestra gente es pobre y vive bajo la anarquía de la economía informal, en la que sus activos y contratos se amparan en papel endémicamente tóxico: no registrado, no estandarizado, desactualizado, difícil de identificar, difícil de ubicar y con un valor real tan difícil de determinar que la gente común no logra generar confianza mutua ni merecer la confianza de los mercados globales. En las economías informales del mundo en desarrollo y de la antigua URSS, la escasez del crédito y la crisis económica son una condición crónica. De modo que cuando miro la recesión que ha comenzado en el hemisferio norte (desatada por papel tóxico) me siento perfectamente en casa.

El principal desafío de Obama y Geithner es restaurar la confianza en el crédito. No me refiero al dinero, que sí sabemos controlar, sino a los instrumentos financieros vinculados a la propiedad sobre activos, que claramente no sabemos controlar. Esa inmensa mayoría del crédito disponible se apoya en papel, como la propiedad fungible, las hipotecas, los bonos e instrumentos derivados, todo lo cual no es dinero en sí mismo pero tiene algunos de sus atributos. Lo que los economistas solían llaman “moneyness” (“dineridad”). Para poder prevenir el envilecimiento del papel e inferir adecuadamente su valor, la administración Obama tiene que asumir algunas fórmulas de éxito comprobado en la administración de la propiedad y así asegurar su credibilidad. Los instrumentos derivados dispersos entre miles de tipos idiosincrásicos de documentos opacos deben ser ahora clarificados, categorizados, estandarizados e inscritos en registros accesibles al público, como todos los demás documentos de propiedad; que la ley tome en cuenta externalidades —la manera en que todas las transacciones financieras afectan a terceros interesados (el antiguo principio legal de erga omnes, “hacia todos”, históricamente desarrollado por el derecho para proteger a esos terceros de las consecuencias negativas de acuerdos secretos entre aristócratas que no respondían sino ante sí mismos—.

Que cada acuerdo financiero debe corresponder a la performance efectiva del activo original para que el monto de cualquier deuda asegurada sobre la base de activos no se ubique peligrosamente fuera de escala respecto de los activos que subyacen a esa deuda, que es la más prominente causa de recesión, según el economista John Kenneth Galbraith; que la producción siempre tenga precedencia frente a las finanzas que están allí para servirla; que los activos puedan ser apalancados y reempacados, pero solo con la condición de que ello incremente el valor del activo original; que la claridad y la precisión sean indispensables para crear crédito y capital mediante papel.

Los anteriores son los criterios para separar los activos tóxicos y prevenir que cualquier futuro contagio cause otra recesión. El equipo Obama también tendrá que educar a quienes todavía se aferran a la esperanza de que el mercado actual eventualmente resolverá las cosas; de que solo se necesita recapitalizar los bancos, una supervisión más estricta e inyectarle dinero a la economía. Eso no va a ser suficiente. Los mercados legales modernos solo funcionan si el papel es confiable y la gente tiene acceso al crédito y a información explícita. “Dejen actuar al mercado” ahora significa, de hecho, “dejen actuar a la economía informal”. Pero los principales beneficiarios de una economía informal en EE.UU. y Europa son los capitalistas-buitres, que devoran a los productores con buenos puntajes crediticios pero ningún crédito.

Un desafío adicional para Obama es que muchos de los dedicados a resolver la crisis ahora sostienen que es virtualmente imposible identificar y valorar todo el papel tóxico que ha pasado por los libros contables de las instituciones financieras. Sin embargo, los abogados y tecnócratas europeos y de los EE.UU. han demostrado ser brillantes a la hora de identificar papel tóxico cuando este se ha referido a malas deudas, reclamos confusos y legislación opaca. Así, han llegado a desentrañar denuncios luego de la fiebre del oro en California, recogido los añicos del orden precapitalista europeo, convertido los enclaves feudales japoneses en una economía de mercado tras las Segunda Guerra Mundial y reunificado Alemania luego de la caída del muro de Berlín. Es el proceso del capitalismo: desintoxicación continua.

El plan de rescate de Obama también debe reconocer que la solución no está solo en manos de los especialistas financieros encuadrados dentro del estrecho contexto de los mercados de derivados. En su forma actual, las normas que rigen los derivados carecen de los estándares necesarios para mantener el papel atado a la realidad, de los indicadores para medir el daño a terceros, de los instrumentos para desbrozar los conflictos entre los poseedores de papel derivado y el resto de la sociedad. Tampoco tiene la comunidad financiera la inclinación ni el interés económico para realizar tarea tan insalubre. Siempre pondrán la carreta financiera delante de los bueyes de la producción.

Es rol del Gobierno establecer estándares, fijar e imponer pesas y medidas, mantener registros, y obligar a toda economía informal a colocarse bajo el imperio de la ley.

Salir de la recesión exige restaurar el orden, la precisión y la confianza en los papeles financieros. Este es el gran desafío legal y político. La tarea dura de localizar, valorizar y aislar el papel tóxico, y de calcular quién va a pagar la cuenta de las pérdidas (si contribuyentes, bancos o capitalistas-buitres) se hará más fácil cuanto más pronto los políticos entiendan que la alternativa podría ser el colapso del propio sistema que ha generado la mayor prosperidad en la historia y el consiguiente pandemonio.

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