Heidi Paiva

Nunca más que hoy me resuena en la mente la frase “los hombres hemos convertido al mundo en un infierno para los animales”.

Y es que, mientras las autoridades de nuestro país concentran sus esfuerzos y discusiones en temas como justificar la tenencia de “relojes de antaño” o reclamar que no se hable de sus logros (aunque esto sea parte de su trabajo), a miles de kilómetros de Lima y Palacio de Gobierno se libra una batalla silenciosa y feroz que ha cobrado un número inmoral de víctimas: la defensa de la Amazonía, el hogar de miles de personas y especies animales. Ni unos ni otros tienen asegurado su hogar, ni su sobrevivencia en el futuro, gracias a una norma que abre las puertas de par en par a la deforestación: la , que modifica la .

¿Por qué es necesario levantar la voz sobre esta norma? Porque nos afecta absolutamente a todos, aunque los detalles sean ajenos para la mayoría de los peruanos.

La deforestación –tala de bosques para darle otro uso a ese espacio– es una de las principales causas del calentamiento global, el fenómeno que ha provocado, entre otras cosas, el preocupante incremento de las temperaturas en todo el mundo y, en el Perú, el incremento de lluvias y huaicos que destruyen todo a su paso. Ese es el principal peligro de esta modificatoria: que pareciera incentivar esa actividad ilegal cuyos impulsores aprovechan la sinergia perversa entre autoridades que no fiscalizan y una normativa débil que pone pocos candados.

Sin embargo, la Ley 31973 no es el único tema que se debe incluir en este debate.

¿Para qué se talan bosques? Uno de sus objetivos más comunes es para la siembra de plantas que servirán de alimento a animales destinados al consumo humano; es decir, para la ganadería. Cada vez que compramos un kilo de carne, cuya procedencia nos es imposible conocer, podemos estar dándole a otro las armas para cometer este delito.

Es aquí donde surge entonces la pregunta recurrente: ¿Cómo podemos evitarlo? Reducir el consumo de carne animal es un primer buen paso. ¿Debemos reemplazarla en nuestra dieta? No necesariamente. ¿Enfermaré sin esa fuente de proteína? Es un mito. Autoridades de salud alrededor del mundo ya han reiterado en infinidad de investigaciones –la Academia de Nutrición y Dietética de los Estados Unidos, por ejemplo– que una alimentación vegana cubre las necesidades nutricionales de una persona en cualquier etapa de su vida.

Tres veces al día, cada uno de nosotros tiene un impresionante poder. Podemos decidir si seguiremos contribuyendo al sufrimiento de millones de animales que tienen que morir para satisfacer nuestra demanda y, con ello, destruir el hábitat de otras especies que pierden la vida cada vez que derriban un árbol, atentando además contra los derechos de los pueblos indígenas. O podemos decidir no formar parte de este círculo de crueldad. El mundo avanza hacia el desarrollo y nosotros debemos hacerlo también. Ya lo ha dicho el Boston Consulting Group (BCG): “Reemplazar la carne y productos lácteos tradicionales con proteínas alternativas es una de las mejores herramientas disponibles para combatir la crisis climática”.

No podemos seguir mirando hacia un costado cuando somos responsables directos de lo que está pasando con el planeta. En tiempos donde la ciudadanía activa es cada vez más urgente, ir al mercado puede convertirse en un acto revolucionario que salve vidas. Depende de nosotros.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Heidi Paiva es Fundadora de la Asociación de Defensa de los Derechos Animales “Proyecto Libertad”