Camila   Zapata

Dos horas antes de iniciado el partido, Cindy Novoa se coloca los audífonos, le da play a “Se menea”, de Don Omar, y sale del camerino rumbo al campo de juego, donde está por jugar el partido más importante de su vida. Deja sus sandalias al lado de la cancha y transita descalza mientras observa el palpitando; a través de sus pies, el césped recién mojado. La sensación le recuerda a su natal Amazonas, donde jugaba sin zapatos, pues no alcanzaba para comprar. La invade una profunda sensación de calma.

En el medio de la cancha, Stephanie ‘Fefa’ Lacoste levanta la mirada, mira las tribunas y respira. Carga una camiseta crema que le pertenece a una niña que espera impaciente en la tribuna. Tiene una misión: que se la firmen todas las jugadoras. Intenta distraerse para que el tiempo viaje más rápido. Aunque no da ni la mínima señal, la invaden los nervios. Quiere jugar. Quiere ganar y quiere ser campeona. Se lo ha prometido públicamente a los hinchas y no piensa defraudar a nadie. Además, se acerca a occidente y atiende a todos y cada uno de ellos. Le piden fotos y autógrafos mientras se recuerda e insiste en no fallarles esta noche.

Esthefany Espino camina por la banda, como hace todos los partidos, está muy seria y parece repasar solemne en su mente todas las tareas que tiene que cumplir. En el túnel, Scarleth Flores observa a sus compañeras, la mediocampista no puede jugar por acumulación de tarjetas. Sus ojos delatan ansiedad, pero es consciente de la confianza que tiene en ellas. Y no deja de mirarlas para reafirmarse que todo saldrá bien.

Fabiola Ayala llegó desde Paraguay luego de que ‘Fefa’, su amiga desde hace más de 10 años, le dijera que juntas iban a campeonar en el Perú. Ayala conoce bien el femenino peruano. Además de futbolista, es escritora. Y tiene publicado virtualmente un libro que aún no ha podido pero que sueña con imprimir para su venta física. Cuenta la historia del fútbol femenino sudamericano. Es consciente de que, ganando la final, podría escribirle un capítulo de cierre, donde ella sería protagonista.

Dos ángeles en el cielo acompañan a las leonas y esperan que se cumpla la promesa. Fabiola Herrera le ha dicho al rey de su vida, como ella llama a su padre, que le regalará el décimo título de Universitario de Deportes. Mientras que Silvana Alfaro ha transitado el aniversario de fallecimiento de su madre tan solo unos días antes de la final de ida. Aquel día ha cerrado los ojos y le ha pedido a su mamá que, por favor, le conceda el sueño de su primer título.

El día se hace largo para las leonas. Pero cuando salen a la cancha para enfrentar a sus máximas rivales y ven frente a ellas el estruendo de 42 mil hinchas, el tiempo deja de existir. Lo único que les importa es ganar. Tienen consigo la presión de salir a buscar un resultado adverso pero reversible. Su entrenador, Jhon Tierradentro, ha planificado una estrategia que su oponente no espera. Dará el golpe. Guardará en la banca de suplentes a su máxima goleadora: Luz Campoverde. Quien, además, confía plenamente y sin discusión en el plan del profesor.

El partido se juega como una final. Es trabado y disputado en el medio. El reloj avanza y apremia. Tierradentro anula la ofensiva blanquiazul en el primer tiempo. Y, en el segundo, hace calentar a Campoverde y a Milena Tomayconsa. Concreta los cambios y, con ello, desgasta la defensa aliancista. En los minutos finales el ataque no cesa. Las leonas rugen. Cindy Novoa acomoda la pelota para ejecutar un tiro libre. Hace lo inesperado. Utiliza la sensibilidad de su toque e induce una jugada de manual. Le pega con tal efecto a la pelota, que viaja al ras y en curva directamente hacia la trayectoria del perfil de la uruguaya, quien ataca el primer palo con un fusil, y se encarga de cumplir la promesa de los fieles. El Monumental de Ate salta, grita y canta. Enloquece. ‘Fefa’ estira los brazos y se ahoga en el grito de gol. Es central, pero suma 12 tantos en el año. Los hinchas más memoriosos ven en ella a Rubén Techera, el primer uruguayo en darle alegrías a la ‘U’. Y, de hecho, él la está mirando e inmediatamente empieza a redactar un sentido mensaje de agradecimiento para su capitana. Los ciclos del fútbol y de la vida.

Poco tiempo después, la operación culmina su ejecución con éxito. Tal y como Jhon Tierradentro había soñado. El gol del título llegó desde la banca de las suplentes. Tomayconsa cabeceó con devoción y entregó la pelota a los pies de Luz ‘La Rayo’ Campoverde, que sabía que los tiempos de Dios eran perfectos y que su no inclusión en la oncena titular tenía un propósito, una razón de ser. El año pasado había probado el amargo sabor de un subcampeonato pese a ser la máxima goleadora de aquel torneo. Poco o nada importaba sin la copa entre sus manos. Este año, la vida sí le tenía preparado el camino hacia la gloria.

El título fue Monumental. Nunca en la historia del fútbol femenino sudamericano un estadio había visto alentar a 42 mil hinchas saltando y coreando “contigo siempre voy a estar, vayas a donde vayas, no voy a parar de alentar, por eso te sigue tu hinchada, que canta con el corazón y todos vamos a dar la vuelta, vamos a ser campeón”.



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Camila Zapata es periodista