Editorial El Comercio

El miércoles, la representación nacional no alcanzó los votos requeridos para inhabilitar de la función pública por diez años al expresidente del Consejo de Ministros , uno de los personajes más insidiosos que se recuerde en el país en los últimos tiempos. Quedarán para la posteridad la previsible defensa que hizo de él la izquierda presente en el hemiciclo y, cómo no, la actitud pusilánime de grupos como Podemos Perú y Acción Popular, cuyas abstenciones lo terminaron favoreciendo.

Más allá de lo ocurrido en Palacio Legislativo, sin embargo, la ciudadanía no debería olvidar el nefasto rol que desempeñó el señor Torres antes, durante e incluso después de la presidencia de Pedro Castillo. O, dicho de otra manera, el ha decidido juzgar con tibieza al ex jefe de Gabinete, pero la historia no debe hacerlo, no solo por respeto a la democracia, que él trató de demoler, sino también a la unidad entre peruanos que se empeñó en sabotear constantemente, aprovechando para ello incluso los recursos y las instalaciones del Estado.

De esto que decimos dan cuenta, por ejemplo, los ‘Consejos de Ministros descentralizados’ que él impulsó, supuestamente para acercar el gobierno a las regiones más alejadas de la capital, pero que en la práctica se convirtieron en espectáculos proselitistas a favor de la administración de la que formaba parte. O la reunión en las mismísimas instalaciones de Palacio de Gobierno con dirigentes sociales de agosto del 2022, donde los invocó a movilizarse para “arrodillar a los golpistas”, en clara alusión a los parlamentarios. O aquella otra de noviembre del mismo año, donde nuevamente aprovechó la sede del Ejecutivo para exhortar a sus interlocutores a defender el gobierno de Pedro Castillo “a cualquier precio, e incluso con la propia vida”.

Todas esas invocaciones a la violencia de Aníbal Torres –que son muchas más de las que podemos citar aquí– se fueron incubando hasta que estallaron en las protestas que siguieron al golpe de Estado de su jefe y, lejos de pedir disculpas por contribuir a crear la atmósfera enrarecida que envolvió a estas, él pareció vanagloriarse de ello. “Yo conozco la realidad […] y esos ‘ríos de sangre’ [en referencia a otra frase suya tristemente célebre] prácticamente fue una predicción y eso ya se produjo con más de 60 peruanos asesinados”, sostuvo el 6 de febrero del 2023 ante una comisión parlamentaria, en la que además terminó hablando de la posibilidad de que explotara “una guerra civil” en el Perú.

No hay que olvidar, además, que Torres fue una de las mentes detrás del golpe de Estado con el que Pedro Castillo trató de liquidar la democracia (por lo que la fiscalía ha pedido 15 años de cárcel para él) y que nunca ha pedido perdón al país por ello. También, que desde su rol como presidente del Consejo de Ministros se dedicó a atacar sistemáticamente a otras instituciones (como el Ministerio Público). Y que, mientras fustigaba a los medios de comunicación casi todas las semanas, se encargaba en paralelo de promover a la mal llamada ‘prensa alternativa’, un grupo de canales dedicados a esparcir ‘fake news’ y a servir de caja de resonancia de las mentiras del castillismo.

Pero no se trata solo de que Aníbal Torres respaldaba a estos difusores de mentiras. Sino que muchas veces él mismo actuó como uno de ellos, como quedó claro la vez en la que elogió a Adolfo Hitler haciendo eco de una de las mentiras que los nazis más se empeñaron en propagar tras la caída de su líder: aquella que sostiene que él se encargó de construir la red vial del país, impulsando el desarrollo de Alemania en el siglo XX.

Este es apenas un recuento breve del paso de Aníbal Torres por el poder, pero creemos que es suficiente para entender por qué, aunque el Parlamento decidió salvarlo esta semana, el país no debería hacerlo. Y ojalá que la justicia, cuando se encargue de juzgar a los responsables de poner al Perú al borde del precipicio aquel 7 de diciembre del 2022, tampoco lo haga.

Editorial de El Comercio