Alejandra Costa

El mes de agosto es uno ajetreado para el (MEF). Tiene el reto de elaborar, por un lado, el Marco Macroeconómico Multianual (MMM) con todas sus proyecciones hasta el 2027 y, por el otro, debe enviar al Congreso el proyecto de para el 2024.

Estos dos esfuerzos van de la mano porque el monto total de los recursos que el MEF decidirá que se puede gastar el próximo año debe fundamentarse en las proyecciones del MMM, como cuánto se espera que crezca la economía en el 2023 y el 2024, qué se calcula que sucederá con la recaudación y si subirán o bajarán los precios de las materias primas que exportamos.

Pero esa cifra total, el cuánto aumenta o se reduce el presupuesto entre un año y otro, es lo único inamovible del proyecto del MEF. Queda en manos de la modificar –a veces escuchando al ministro de Economía y muchas veces dándole la contra– la distribución de ese monto total entre las distintas entidades y entre el gobierno nacional y los gobiernos regionales y locales, así como el Anexo 5, que lista los proyectos de inversión pública a los que se les debe dar prioridad el próximo año.

Y la forma en la que se harán esas modificaciones es, hasta el momento, una gran incógnita. La presidencia de la Comisión de Presupuesto ha quedado en manos de la bancada de Somos Perú, un grupo congresal con poca experiencia en este ámbito, pero con presencia en gobiernos subnacionales. ¿Intentarán inclinar la balanza presupuestal hacia los distritos, provincias y regiones liderados por Somos Perú?

Otra duda es cuál va a ser la actitud del actual MEF frente a los previsibles intentos de los parlamentarios por desviar recursos de acuerdo con sus intereses e incluir gastos adicionales escondidos que aumenten subrepticiamente el presupuesto total. ¿Entrará en una abierta confrontación con el Parlamento para proteger la disciplina fiscal o, más bien, el acuerdo tácito de supervivencia entre el Ejecutivo y el Congreso lo atará de manos?

También cabe preguntarse qué tan optimistas serán las proyecciones del MMM para el próximo año. El antecesor de Álex Contreras, Kurt Burneo, elaboró un presupuesto para el 2023 en base a estimaciones que, incluso descontando los efectos impredecibles de las protestas y el clima, estaban excesivamente cargadas de ilusión. Contreras, que entonces era viceministro de Economía, ¿será más realista u optará por pintar un 2024 en el que todos los actuales problemas económicos se resuelvan mágicamente?

Uno de los problemas generados por este optimismo es que, en un escenario de caída de los ingresos, todo apunta a que el déficit fiscal –la diferencia entre los ingresos y los gastos– supere lo fijado por las reglas fiscales para este año y vuelva a hacerlo el próximo.

El ministro no tiene una labor fácil. Tendrá que elegir entre cerrar un poco el caño del gasto a finales de año y no abrirlo demasiado el 2024 para que cumplamos las reglas fiscales, o confiar en que la larga historia de responsabilidad fiscal del país permita que los inversionistas y las agencias de calificación crediticia se hagan de la vista gorda por un tiempo. Estaremos atentos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alejandra Costa es curadora de Economía del Comité de Lectura